miércoles, 16 de septiembre de 2009

EDUCACIÓN, CUERPO DE PROFESORES, ADMINISTRACIÓN EDUCATIVA Y “SU POLÍTICA”.

Tras un tiempo de observaciones, cavilaciones y sorpresas, he decidido relatar lo que creo que es, a mi juicio, el mundo de la educación, el cuerpo de maestros y la administración educativa.
Ante todo, ante una entrevista, un examen, una prueba de cualquier tipo, uno parte de la dependencia de sus conocimientos, sus habilidades y su capacidad de respuesta y de adaptación a lo que se le pide. Si te has preparado estás nervioso, pero sabes lo qué sabes y partes de la igualdad de condiciones.
El sistema educativo actual depende directamente del gobierno que esté en el poder en ese momento. Ni más, ni menos. Así funcionaba, funciona y funcionará siempre, en este, nuestro país. Disfrutamos de un sistema educativo que fue implantado en otros países hace unos 17 años, con resultados nefastos, y qué hacemos, implantarlo aquí, a ver qué pasa. Luego nos quejamos de si los alumnos y la juventud en general no tienen educación, faltan al respeto a sus mayores, y demás. Los padres delegan en los profesores la educación de sus hijos, pero por el contrario, en cuanto un maestro levanta la voz al alumno, ahí, ahí sí están los padres. Para lo malo y no para lo bueno, pasar tiempo con ellos, dedicarles atención. Es verdad que actualmente esto último no es muy posible. Pasar todo el tiempo que debiera o quisiera un padre o una madre con su hijo hoy en día es complicado, los motivos son conocidos: trabajo, encierro en uno mismo por parte del adolescente, etc. También no es menos cierto que ningún padre o ninguna madre quieran delegar totalmente la educación en los maestros, los primeros quieren estar pero no pueden, por lo que le conceden plena confianza y libertad de movimiento al equipo docente, al menos, en un principio.
Tras esta responsabilidad, a la mínima, son muchos los maestros que optan por avisar al jefe de estudios ante cualquier rebeldía, acto de protesta o blasfemia. Parte de incidencias y para casa unos días. Hartos de tanta mala educación, los maestros echan la culpa a los padres, alegando falta de confianza en su labor, desatención de sus hijos, etcétera. Los padres, echan la culpa a los profesores por no saber enseñar. Ésta es la palabra: la escuela está para enseñar, la familia está para educar. Una convivencia en armonía sería lo idóneo, entre estas dos realidades, junto con la sociedad, se debería educar a niños y niñas, enseñando valores morales, respeto hacia los demás y otras necesidades tanto académicas como personales.
Llegamos a un punto en el que unos están hartos y otros todavía más, y la salida paterna es tomar la vía fácil, ignorar cualquier tipo de colaboración y “machacar” al profesor o profesora de turno si el chaval dice que lo tratan con injusticia en clase. Por otro lado, muchos maestros se obstinan en que se está “quemado” y cogen una baja. Cabe decir que siempre hay excepciones y que también hay una convivencia colaboradora entre padres y profesores.
He asistido durante estos años a una progresiva oleada de comentarios descalificatorios hacia el sector del profesorado, dejadez en sus funciones, falta de profesionalidad, le cogen manía a uno o confabulan en contra de otro para que sea expulsado del centro. Es verdad, son muchos los que al aprobar la oposición y verse en su puesto de trabajo, tranquilos y tranquilas, con un sueldo para toda la vida, y hartos de luchar y, seguramente, de sufrir por la plaza, abogan por una vida sin altibajos, preocupados por sacar adelante a algunos alumnos que vean que merecen la pena, “desechando” a otros muchos, pensando que ya serán los profesionales del futuro quienes se encarguen. “Que si llegan las dos y me tengo que ir a comer”, “que si voy a tomar un café”, “que si para qué me rompo la cabeza con él, si está claro que va a ser un delincuente”, etcétera. Esto ocurre, y es comparable a otros sectores públicos, salvando las diferencias, por supuesto.
Claro que ahora hay menos educación en la juventud, y todos tenemos la culpa, pero en lugar de hablar o escribir de ello los que deciden, deberían atajar el problema, y la respuesta no es darle más “poder” a los alumnos sobre los maestros, ni otorgarle más a estos últimos. La respuesta es, simplemente, educar en el respeto, confiar en la labor docente, trabajar con fines comunes, y analizar todo desde un punto de vista crítico, no partiendo de la premisa de que los que actúan de uno u otra forma lo hacen para hacer el mal, sino porque ignoran los procedimientos.
También quiero hacer mención a un asunto en lo concerniente a la actitud de la sociedad con los maestros, en este caso, de Educación Infantil, y al pequeño grupo de profesores masculinos. Hablo de la “feminización” de este nivel de educación. Me explico. Ante todo, comprendo la actitud de padres y madres hacia la situación de ver a un hombre impartiendo clases de Educación Infantil a su hijo o hija. Y más, tras la multitud de detenciones de esos despojos humanos sin escrúpulos que acechan a indefensos menores ante la pantalla de un ordenador o de cualquier otra manera. Esto lo entiendo, y lo secundo. Me parece lógico. Pero, asombrado, veo cómo un maestro recién salido de la facultad, con conocimientos y buenas notas, tanto en la teoría como en la práctica, no ve que la búsqueda de empleo como maestro de Educación Infantil dé frutos. En este caso me topo con un montón de situaciones en las que se escuchan comentarios como: “claro, es que los padres y las madres prefieren que sea una mujer quien esté con sus hijos”. Un maestro o una maestra imparten educación, y deberían hacerlo en plena confianza, siendo conscientes de que parten con el apoyo de padres y madres. No estoy haciendo una observación machista, ni mucho menos. Creo en el feminismo, y estoy de acuerdo en que muchas veces es una mujer la más indicada para infundir buena educación, visión crítica, valores morales, dulzura e inocencia a los alumnos; me quito el sombrero ante el sector docente femenino. Pero, por otro lado, se están cerrando puertas a un grupo de personas que también pueden ser grandes educadores, pedagogos y docentes de distintos niveles. Todos, mujeres y hombres, hombres y mujeres, deben formar parte de la educación de nuestros hijos. Porque la educación, en fin, es eso, igualdad de sexos y de oportunidades, respeto por la otra persona, cooperación, trabajo mutuo, valores, normas y deberes. Del mismo modo, también son muchos los hombres que se cierran puertas a sí mismos, eludiendo la faceta educativa tan importante en la vida de los alumnos desde los primeros niveles. Así, optan por renunciar a pertenecer a un grupo dedicado a niños y niñas de cero a seis años, y delegar esta tarea en sus compañeras femeninas, quizás por el sentimiento de dejar la responsabilidad de la educación de lado, por temor a no saber educar mejor que una mujer, o simplemente, porque a ellos les ha ocurrido lo mismo. Y así, seguimos renegando de una educación igualitaria, no desde el punto de vista de los alumnos, sino de los maestros. Sea de quién sea la culpa, seguro que todos tenemos parte de ella. Con esto, volvemos al tema que ocupa líneas anteriores, la educación tiene que estar por encima de leyes, políticas, ideales, género y economías. No sin un trabajo en equipo se llega a enseñar valores y educación a los más jóvenes.
En la perspectiva actual, cada alumno tendrá un ordenador para clase, para trabajos, o para hurgar en Internet. En La Voz de Galicia del jueves 10 de septiembre, en la sección de Opinión, hay un artículo de Xosé Carlos Caneiro que habla sobre este aspecto. Entre otras cosas, se refiere a la virtual modernidad en que se encuentra actualmente el sector educativo. Expresa brevemente la idea de lo material, el dinero y su importancia en la sociedad que observan los jóvenes. También hace mención a lo fácil, al hecho de darle todo masticado a los alumnos, para que no aprendan que en el saber estriba el esfuerzo y la curiosidad. Al mismo tiempo, nuestros dirigentes no se ponen de acuerdo sobre la Ley de Educación más adecuada para nuestro país, nuestros hijos e hijas reciben un portátil, para que no se queden atrás con respecto a sus colegas europeos, como si la informática fuese lo más importante. Estoy de acuerdo en que se debe acercar al alumno a las nuevas tecnologías, negarlo sería como estar ciego, pero ya se sabe cómo resultará el experimento. A la gente de a pie, con excepciones, se le echa una mano y piden el brazo. Pasa con todo, ayuda para desempleo, ayuda para la compra de automóviles, ayuda para el alquiler… y así surgen los más avispados, los que se aprovechan de este hecho.
En estos días asistimos a las discusiones de si se les deben dar atributos de autoridad pública a los maestros en la Comunidad de Madrid. Parece que en Valencia ya era así. Esto entra en relación directamente con lo dicho líneas arriba, darle autoridad a unos y no a otros. La respuesta no es dársela a los maestros, sino que se tiene que partir de la educación. Esta idea, en un principio, no es del todo descabellada si se aplica con rigor y a sabiendas de los acontecimientos. Pero tal y como, si fuera el caso, se puede conceder el rango de autoridad pública a los maestros madrileños, también se les debería exigir excelencia en su trabajo, objetividad, calidad y una formación continua más específica y más controlada. Y tal y como se apoya a los profesores en Madrid, también debería haber un acercamiento a los alumnos, preguntarse cuáles son sus intereses, exprimir las cabezas pensantes en educación para tratar de llegar a esos jóvenes. Qué les preocupan, qué los angustia, a qué aspiran, etc. Espero que así sea, si no, otra ley más a la saca, otra polémica, y otro tema para desviar la atención mediática en los informativos. Cuánto daño ha hecho a la imagen de los jóvenes lo visto en Pozuelo hace unos días.

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